Editorial de Southern Cross (Semanario Católico de las Conferencias de Obispos católicos de Botswana, Sudáfrica y Swazilandia).
Donde hay injusticia, debemos confiar en que la Iglesia católica respalde a los indefensos. Por eso, la Iglesia debería hacer sonar la alarma ante el avance de una legislación cruel dirigida a penalizar a los homosexuales a través de África.
["Haría falta una lectura muy peculiar del Evangelio para ubicar a Jesús en otro lugar que no fuera junto a los marginados y vulnerables"].
Recientemente, los parlamentos de Uganda y Nigeria aprobaron estrictas leyes anti-gay. El presidente de Uganda, Yoweri Museveni lo vetó [nota de ÁfricaLGBT, el artículo está escrito antes de que el Presidente de Uganda cambiase de opinión y firmase la ley]; el presidente de Nigeria, Goodluck Jonathan, firmó para ratificar la ley. Otros países, como Camerún y Tanzania, tienen propuestas para aprobar una legislación similar.
Estas leyes no pretenden ilegalizar los actos realizados por personas del mismo sexo - éstos ya son ilegales, además de sancionables, en la mayoría de los países africanos,- sino oprimir a las personas en base a su orientación sexual.
Dichas leyes no sólo son injustas, sino que también tienen la capacidad de destruir el tejido de la sociedad si se usan incorrectamente para facilitar denuncias falsas para obtener beneficios, ascenso o venganza, del mismo modo que los cristianos están expuestos en Pakistán bajo la intolerable ley de blasfemia de ese país.
Hay un sentimiento homófobo profundamente asentado en toda África, y fuera de ella (Rusia, por ejemplo, también aprobó leyes anti-gay recientemente). Los líderes africanos emplean con frecuencia la retórica homófoba populista, a menudo planteando el mito de que la homosexualidad es "no-africana".
En ciertos casos, como el de Nigeria, los líderes asediados utilizan opiniones y leyes homófobas en beneficio político.
Incluso en Sudáfrica, donde la homosexualidad y los matrimonios del mismo sexo son legales, la intolerancia homofóbica se expresa mediante ataques violentos contra los homosexuales y violación "correctiva", tanto de hombres como de mujeres. A menudo, estos delitos no son denunciados o son ignorados por la policía.
Los efectos de la homofobia también se observan en la excesivamente elevada tasa de suicidios entre homosexuales, especialmente adolescentes.
La homofobia se basa en gran medida en una falsa idea de que la homosexualidad es elegida y curable. Este mes, el cardenal electo español Fernando Sebastián Aguilar, obispo emérito de Pamplona, hizo la increíble declaración acerca de que la homosexualidad es un "defecto" comparable a su afección de hipertensión.
En África, las impresiones homofóbicas son alentadas por grupos cristianos fundamentalistas, generalmente originarios de los Estados Unidos, que se dice que han promovido la legislación anti-gay, y por los defensores de la ley islámica (Sharia).
Esta postura es contraria a las enseñanzas católicas. La Iglesia no puede impulsar la penalización de asuntos de moralidad privada, y mucho menos la defensa de los derechos humanos. El prejuicio y la opresión de los homosexuales son opuestos a la doctrina católica.
A pesar de que rechaza enfáticamente los actos carnales homosexuales, el Catecismo de la Iglesia Católica declara que "todo signo de discriminación injusta en relación a ellos (homosexuales), debería evitarse". El Catecismo exige además, que los homosexuales "deben ser aceptados con respeto, compasión y delicadeza" (2358).
Encarcelar a los homosexuales por el hecho de ser gays e insistir en sus derechos humanos, o incluso por tener relaciones sexuales, evidentemente es un signo de "discriminación injusta" que carece de respeto y compasión.
Aunque las enseñanzas de la Iglesia impiden que ésta apoye a los homosexuales en muchos aspectos, especialmente el matrimonio entre personas del mismo sexo, tiene la obligación según mandato de Cristo, de mostrar solidaridad con todos aquéllos que se encuentren marginados y perseguidos injustamente.
Por desgracia, la Iglesia ha permanecido en silencio en algunos casos, incluso en un silencio cómplice, en el discurso sobre las nuevas leyes homófobas. Esta ausencia de intervención por la justicia podría interpretarse, erróneamente o no, como una aprobación de la injusticia, de acuerdo con la refrán Qui tacet, consentire videtur (Quien calla, otorga).
En lugar de ello, la Iglesia debe mostrarse misericordiosa y valiente en apoyo a aquéllos que viven con miedo.
Los obispos africanos en particular, deberían hablar tan alto como hacen con el matrimonio entre personas del mismo sexo, en contra de la legislación discriminatoria y la violencia dirigida a homosexuales, muchos de los cuales son católicos.
¿Dónde está la voz profética de la Iglesia que condena la homofobia general en la sociedad?
Haría falta una lectura muy peculiar del Evangelio para ubicar a Jesús en otro lugar que no fuera junto a los marginados y vulnerables. La Iglesia debe encargarse de apoyar a Jesús y a aquéllos que se enfrentan a una persecución injusta, incluso, y sobre todo, si no aprueba los estilos de vida de las personas en peligro.
Eso sería verdadero testimonio cristiano.
(Traducción propia para ÁfricaLGBT gracias a nuestra voluntaria Maite Alonvi. Puedes leer el idioma original en el enlace adjunto).