Con frecuencia asisto a eventos LGBT, especialmente a mítines de protesta de cineastas y periodistas que quieren escribir un artículo o hacer un documental sobre la “horrible” situación de gais y lesbianas en África (no se tiene casi en cuenta a bisexuales y transexuales).
No hay duda de que los africanos LGBT que residen en países donde su orientación sexual es ilegal se enfrentan a una tarea abrumadora. El hecho de elegir entre vivir escondido en el armario o enfrentarse a las consecuencias de estar fuera de él y sentirse orgulloso en una sociedad donde la orientación sexual de uno está criminalizada es aterrador y deshumanizante. Yo he estado ahí, todavía estoy ahí, y sé cuán horribles pueden ser las amenazas, así que entiendo por qué cineastas y escritores sienten fascinación por contar esta historia de terror.
Sin embargo, hay un tema recurrente que me hace sentir vergüenza cada vez que hablo con ellos: cuando me piden que les cuente historias o que por lo menos les dé algunas imágenes explícitas de la violencia que sufren las personas LGBT en África. Hay tal fascinación por estas historias y por los maltratos que empiezo a preguntarme si esto es fascinación morbosa y/o solo otra forma de retratar a los africanos como víctimas.
Cuando informo a estos cineastas y periodistas de que no tengo imágenes de los abusos para compartirlas con ellos, se quedan abatidos. Personalmente, creo que la mayoría de estas personas siguen la protesta de los activistas LGBT africanos no porque estén interesados en la lucha por los derechos de este colectivo, sino porque ven la situación de los individuos LGBT como una forma de impulsar su carrera en el periodismo o en la industria del cine.
Un documental desgarrador y gráfico sobre los abusos padecidos por personas LGBT en África y sobre por qué este colectivo necesita salvadores blancos podría convertir a un principiante en un ganador. Muestre imágenes sangrientas, entreviste a algunos homófobos patéticos en zonas rurales que quieran decapitar gais, preséntelo en la pantalla como otra prueba de lo bárbaros que son los africanos y tendrá un documental premiado.
Hace poco asistí a un taller sobre los derechos LGBT que se componía en su mayoría de abogados especializados en derechos humanos, ejecutivos de organizaciones LGBT, diplomáticos y responsables políticos. Una de las ponentes presentó un documental corto sobre la persecución de las personas LGBT en África como parte de su discurso. Temí que fuera otra representación estereotipada de los LGBT africanos.
Y así fue: la película presentaba, en su mayor parte, a jóvenes africanos negros LGBT que hablaban de lo horrible que es la vida en los países africanos homófobos y de lo mucho que desean salir del continente.
La demografía de los africanos LGBT es, generalmente, siempre la misma en estos documentales. A menudo son jóvenes y apenas han salido de la escuela o están en un pequeño comercio. Sin una carrera establecida todavía, suelen aparecer viviendo con su familia sin otros ingresos, por lo que tienen que pedir donativos para salir del país o, por lo menos, para escapar de sus familiares, quienes supuestamente quieren decapitarlos por su sexualidad.
Mientras veía el documental, me iba hundiendo en mi asiento hasta que fue entrevistado otro hombre negro africano, prácticamente analfabeto, de una aldea. Le preguntaron qué haría si su hijo fuese gai, y soltó el típico discurso de cómo decapitaría a su propio hijo si descubriese que lo es.
Después del documental, la ponente habló sobre las horribles vidas que tienen los africanos LGBT y sobre cómo el trabajo de su organización es importante para sacar a la luz esas atrocidades. En su opinión, enseñan estos documentales a diplomáticos y responsables políticos de países africanos como parte de su campaña. Sin embargo, me cuesta creer que estos videos puedan influir en los gustos del presidente Museveni de Uganda, del presidente Goodluck Jonathan de Nigeria o del presidente Robert Mugabe de Zimbabue. Los verían y contestarían:
«Como se puede ver en los documentales, nuestra gente no tolerará a los gais. Por lo tanto, es nuestro deber como representantes electos respetar los deseos de nuestro pueblo. Quieren que criminalicemos la homosexualidad y eso es lo que estamos haciendo».
Sí, este tipo de imagen sólo proporciona una justificación para los líderes africanos despóticos y homófobos en su tentativa conjunta para legalizar la homofobia, la bifobia y la transfobia.
Como he dicho, no hay duda de que hay mucha homofobia, bifobia y transfobia entre los africanos. Sé lo que se siente al recibir amenazas; todavía recibo, cada día, correos electrónicos de odio. Las entrevistas que concedo sobre los derechos LGBT siembre acaban con sesiones llenas de comentarios de odio y amenazas.
Sin embargo, lo que encuentro inquietante son los cineastas y periodistas occidentales que están obsesionados en contar una única historia. Su trama se centra en retratar a los africanos gais y lesbianas como personas indefensas, sin trabajo, maltratadas y víctimas que quieren, es más, NECESITAN ser salvadas. Para ellos, salvar a africanos LGBT significa conseguir fondos y donaciones para sacarlos de África mientras se asignan a sí mismos el beneficioso apelativo de “salvadores”.
Soy una firme defensora de la solidaridad internacional y de la necesidad de denunciar la creciente legalización de la homofobia en África. No obstante, veo que lo que aparece en los medios de comunicación occidentales y en las organizaciones LGBT es lo siguiente:
- Documentales que retratan a las personas LGBT en África como víctimas que necesitan salvadores occidentales.
- Documentales y reportajes que presentan solo una parte de los africanos LGBT y los pintan como jóvenes desempleados que ansían dejar el “intolerable” continente.
- Obsesión con una única historia que presenta a los homófobos africanos como aldeanos analfabetos que quieren decapitar a todos los gais.
Los africanos LGBT son retratados como jóvenes y víctimas desempleadas que buscan desesperadamente salir del continente, mientras que los africanos homófobos son retratados como aldeanos sin educación que quieren matar a todos los gais, incluso si ese gai es un miembro de su familia. Esta simple historia sobre la difícil situación de lesbianas, gais, bisexuales y transexuales en África es errónea y exasperante, especialmente para aquellos que conocemos y vivimos la historia completa.
La reacción del público, en su mayoría blancos, osciló entre pena, horror, desprecio y unas pocas lágrimas, según qué escena del documental estuvieran viendo. El turno de preguntas me dio la oportunidad de compartir mis observaciones con el público. Más o menos fue así:
Aprecio los esfuerzos que se realizan para sacar a la luz la difícil situación de los africanos LGBT. Como alguien que ha sufrido, y todavía sufre, las consecuencias de criminalizar la orientación sexual de una persona, me identifico con el dolor de mis compañeros. Pero aparte de eso, no estoy contenta con el sensacionalismo que cineastas, escritores, blogueros, periodistas y organizaciones LGBT hacen de esta situación.
Por ejemplo, esta película, como muchos otros documentales de este tipo, retratan a los africanos LGBT como víctimas, y a los africanos como bárbaros que van por ahí decapitando gais. Es difícil encontrar documentales sobre los derechos LGBT en África que no incluyan a un hombre bruto que quiera decapitar gais.
Entiendo que mostrar los extremos de un caso podría ayudar a centrar la atención en el tema. Sin embargo, lo que estoy viendo es un patrón que me hace sentir muy molesta como bisexual africana orgullosa de serlo y como defensora de los derechos LGBT. Cada vez es más difícil distinguir si esto es solo otra manera de retratar a los africanos como incivilizados.
Siempre que me invitan a talleres LGBT como oradora, miembro de una junta o participante, me pregunto si estoy como ejemplo del rostro que tienen las víctimas que necesitan ser salvadas. ¿Están los activistas LGBT africanos que viven ahora en el exilio desfilando como ejemplo de cómo tenemos que salvarlos?
Como ponentes invitados, se espera de nosotros que amenicemos al público con historias de terror sobre vivir en África. El público quiere escuchar relatos sobre cómo nuestras familias nos golpearon, torturaron y expulsaron. Quieren oír cómo fuimos perseguidos y casi linchados antes de escapar a Europa o a América. Cuando no les damos la historia que esperan, la decepción en la sala es casi palpable.
No hay duda que algunos africanos LGBT se encuentran en esta deplorable situación, pero no es la única historia. No es la única cara de las personas LGBT en África. Este colectivo no está compuesto mayoritariamente por jóvenes que siguen en la escuela, con ganas de convertirse en refugiados, sino que hay africanos LGBT que viven en África:
- De todas las edades y sexos.
- Con carreras de éxito, con sus propios negocios y que contratan mano de obra.
- Que no son vagabundos, sino que son autosuficientes y no necesitan a su familia para que los apoyen económicamente.
- Que no desean abandonar sus carreras ni a sus familiares y amigos para buscar asilo en países occidentales.
Lo anterior no significa que estos africanos LGBT no sean criminalizados ni se salven de la legalización de la homofobia en África. No toda la violencia es de naturaleza física. El hecho de que algunos de nosotros no tengamos moratones por ser LGBT declarados mientras vivimos en países homófobos no significa que no sufriésemos, y aún sufrimos, abusos y diversas formas de discriminación. Nos maltratan psicológicamente, nos chantajean, nos amenazan con perder nuestros cómodos empleos, con ser marginados por familias, colegas, jefes o empresas competidoras. A todo esto se enfrentan los africanos LGBT cada día. Además, los que están activos políticamente se enfrentan a la amenaza de ver interrumpida su carrera política y de ser excluidos de los círculos políticos y sociales; los que tienen sus propios negocios se enfrentan a la amenaza de verlos boicoteados, por lo que perderían su sustento.
La violencia y el abuso tienen distintos matices. Necesitamos destacar todas las variedades y no centrarse en un matiz solamente por que venda periódicos, gane premios, dé dinero, donaciones o atraiga el “activismo en un clic”.
Otro punto que debemos tener en cuenta es que no todos los africanos homófobos son aldeanos analfabetos, como retratan a menudo estos documentales; algunos viven en las ciudades.
Sin embargo, también es importante destacar que hay africanos que no sienten homofobia, bifobia ni transfobia. De hecho, muchos africanos heterosexuales están dispuestos a apoyar los derechos LGBT en público. Los periodistas y cineastas occidentales deberían entender que hay africanos que:
- No están posicionados en cuestiones LGBT.
- No quieren decapitar gais.
- No aprueban el linchamiento de gais ni la pena de cárcel para los LGBT.
El problema es que la atención de los medios de comunicación, cineastas, escritores, organizaciones LGBT e inversores está tan centrada en el estereotipo de “víctimas indefensas vs. homofobia bárbara” que dejan de ver la otra realidad. Hay muchas caras de la lucha LGBT en África, ¿por qué centrarse en una única historia?
Recientemente, con la ayuda del grupo activista Nigerian LGBTs in Diaspora Against Anti Same-Sex Lawsorganicé una protesta en la entrega de premios nigerianos en Londres, donde se celebraba el centenario de la unión de Nigeria. Allí protestamos pacíficamente por la defensa de los derechos de los nigerianos LGBT que se enfrentan a penas de 14 años de prisión por su orientación sexual. Como parte de nuestra estrategia, nos mantuvimos afuera (como se muestra en este